El gesto de RTVE de no ir al concurso representa a una enorme mayoría de españoles horrorizados con lo que está haciendo Netanyahu y puede generar un efecto contagio que obligue a tomar posición a otros y a la propia organizadora que, 70.000 muertos y un genocidio después, se lo está pensando

Así gestó el Gobierno de Israel su victoria en el televoto de Eurovisión 2025, como escaparate mundial de su propaganda

La Comisión de Investigación de la ONU acaba de concluir que Israel está cometiendo un “genocidio” en Gaza. Que Netanyahu nos engañó al alegar, el 8 de octubre de 2023, la legítima defensa de su país como el motivo para entrar con armas en el territorio palestino. Dos años después es evidente que quería algo más que acabar con Hamás. Quería acabar con la vida en la franja, y no solo tirando bombas a matar, también dejando a dos millones de personas vivas pero en condiciones incompatibles con la vida.

Hoy, más de 700 días después, por muy bienintencionado y crédulo que se quiera ser, es evidente que Netanyahu ha pasado todas líneas rojas, las mismas líneas que se levantaron para frenar a Rusia tras su invasión y sus matanzas indiscriminadas de civiles. El embargo y la expulsión de ciudadanos rusos en el deporte y los eventos culturales no ha parado la guerra en Ucrania, pero viene a decir que lo de Rusia no es normal. Es hora de decir que lo de este gobierno de Israel no es normal. Sin embargo, el país sigue circulando con sus maillots por nuestras calles o con sus atletas y artistas en las competiciones como si no pasara nada. ¿Qué tendría que pasar para que pasara algo?

La UE no hace nada contundente pese a los contundentes informes de la justicia internacional. Tampoco se mueven organizaciones deportivas como el COI o la UER –organizadora de Eurovisión–. De momento están buscando en sus folletos y no encuentran un epígrafe que diga nada de genocidios, así que alegan imposibilidad cuando en realidad quieren decir comodidad. En orfandad de liderazgos, toma la palabra la sociedad civil.

El consejo de RTVE ha decidido –igual que antes Irlanda, Países Bajos, Eslovenia e Islandia– que España no va a participar en Eurovisión 2026 si no se expulsa o se marcha Israel. Hay quien piensa que no sirve de nada, hay quien dice que qué culpa pueden tener los cantantes, o los directores de orquesta, o los ciclistas o las empresas patrocinadoras de lo que está haciendo su gobierno. Muchos no tienen ninguna, otros tienen connivencia o simpatía. Otros callan, que en situaciones límite es un modo de apoyo indirecto o confortabilidad cómplice. Otros directamente colaboran con un régimen ultra que será juzgado, como poco, por la historia. En este momento, con una vara de medir tan hipócrita como caprichosa si la comparamos con Rusia, solo servirá la presión sobre ciertas teclas.

A Netanyahu se le consiente todo en la política internacional, apadrinado por el todopoderoso Trump, de manera que solo parará si le presiona su sociedad, sus ilustres músicos, sus celebrados médicos y académicos, cineastas o sus empresas, como palanca pulsada desde el exterior, dejando al país fuera de competiciones y eventos europeos e internacionales como se hizo con el país de Putin, evidenciando así que lo que hace Israel no es normal y que no es uno de los nuestros, de los países que sí atienden órdenes internacionales y mandatos de derechos humanos.

RTVE, una de las cinco principales financiadoras de Eurovisión (cuyos ingresos complementa con el patrocinio privado de la empresa israelí cosmética Moroccanoil) se arriesga a perderse un evento de gran interés público en España –50% de audiencia este año– pero ha decidido no seguir arrastrando los pies junto a la UER que –70.000 muertos y un genocidio después– está todavía en un proceso de escucha para ver cómo gestiona el próximo concurso.

El gesto de la televisión pública –que no busca un interés económico o estratégico sino moral– representa a una enorme mayoría de españoles que, según las encuestan, están horrorizados con lo que está haciendo Netanyahu y, además, pone en un brete a la UER, ya que puede generar un efecto contagio y dejar un concurso descafeinado con Israel participando y países relevantes fuera del certamen. España gana, por tercera vez, Eurovisión, ahora en el plano moral. Le obliga a elegir, a posicionarse. Porque no hacerlo beneficia al líder del genocidio, que no ve ningún reproche internacional a su alrededor, solo ve antisemitismo, incluso en los propios judíos que están en desacuerdo con él.

Es vergonzoso que sean ciudadanos particulares, televisiones públicas, una actriz judía o el ganador de la propia Eurovisión 2025 los que alzan la voz mientras callan gobiernos, organizaciones deportivas y musicales o partidos políticos. Es un clamor de izquierda a derecha que hay que parar la masacre de Netanyahu. Empecemos, como ha hecho el Gobierno de España y RTVE, por evidenciar que lo que está haciendo este Israel no es normal. Si no se lo dice nadie en las mesas de poder, es un deber moral decírselo entre todos.