Nunca me había cuestionado cuál es o cómo funciona el circuito barcelonés de galerías de arte . Yo, que a ratos me entrego al embrujo del lienzo o el papel y me hago llamar artista, lo reconozco: pecaba de ignorante. Hasta el día en que revisé la primera temporada de Sexo en Nueva York (1998), claro. Y sí, sé que resulta extraño averiguar que el telefilm en cuestión puede ilustrar a alguien en la materia, pero en todo caso permitidme argumentar: una de las cuatro protagonistas, Charlotte, encarna a la típica cursi yanqui acomodada, romántica incurable, encaprichada de un cliché inalcanzable; no obstante, en el capítulo piloto nos la presentan haciéndonos saber que es directiva de una galería de arte. Naturalmente, al leer de nuevo el rótulo que lo revela, se me encendió la bombilla.

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