La escena no es de una película de ciencia ficción ni de un animado: un brazo robótico toma un pincel, lo mete en un bote de pintura y comienza a dibujar en un lienzo. Con suma precisión, reproduce de forma autónoma una obra de Audrey-Eve Goulet, una artista canadiense encantada con las capacidades de la inteligencia artificial.
“Es muy impresionante ver el robot en persona”, comenta en Montreal. “¡Se maneja con tanta soltura al sujetar el pincel, lavarlo y cambiar de color!”.
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Le cautivó la idea de la empresa Acrylic Robotics: desarrollar máquinas capaces de reproducir obras para permitir al autor original exponer y vender más reproducciones de sus lienzos