Antes del amanecer, Javier Sánchez Mendoza Jr. dio la última calada a un cigarrillo en la oscuridad y miró desde la escalera de un motel en ruinas. Bajo los potentes focos, una procesión de viajeros cansados vestidos con camisetas y vaqueros se agachaba para recoger sus enormes bolsas de viaje del fondo de un autobús blanco. Mendoza les había organizado este viaje de 1900 kilómetros desde el noreste de México hasta una zona rural de Georgia dedicada al cultivo de arándanos. Todos ellos tenían un permiso de trabajo, que Mendoza les había ayudado a conseguir a través de un programa de visas que se llaman H-2A.
Más extranjeros que nunca estaban utilizando este programa, que lleva décadas en vigor y les permite trabajar durante meses o incluso varios años en establecimientos agrícolas esta