El salto evolutivo que nos convirtió en la especie dominante del planeta no fue gratuito. La capacidad para el lenguaje, el pensamiento abstracto y la resolución de problemas complejos trajo consigo un peaje biológico, una suerte de compensación que hoy se manifiesta en la diversidad de nuestro funcionamiento cerebral. Lejos de ser una simple anomalía, la elevada prevalencia del autismo podría ser una consecuencia directa de ese mismo impulso evolutivo que nos hizo humanos.
De hecho, la clave de nuestra singularidad como especie reside en una apuesta arriesgada: un cerebro que madura lentamente tras el nacimiento. A diferencia de otros animales con capacidades más definidas al nacer, esta prolongación del desarrollo nos abrió la puerta a una mayor plasticidad neuronal , permitiendo qu