La presidente formal de México no ha concluido un año en su ejercicio, y el poder real del obradorato (de donde emanó) la sigue marcando con su pestilencia.

Recordemos uno de los proyectos iniciales de López Obrador, a su llegada a la presidencia: “Si por mí fuera, yo desaparecería al ejército y a las fuerzas armadas del país”.

Con pacifismo, disfrazó su odio en contra de esas honorables instituciones.

Cierto, no pudo desaparecerlas como él deseaba; empero, sí logró corromper a muchos de sus altos mandos, a base de embriagarlos en poder político, a través de mancharles las manos con poder económico, y logró atrofiarles su decoro ético militar, imponiéndoles tareas ajenas a la labor castrense.

Ese maligno propósito presidencial lo llevó, a cabo, con esas severas afectaciones al servicio

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