En el difícil vaivén entre principios y pragmatismo, bajo presión incesante de Donald Trump y con necesidad imperiosa de mantener y promover inversiones extranjeras en México, la presidenta Sheinbaum ha salido, tarde y cuando una parte creciente del panorama mundial va siendo propicia, a pronunciar la palabra temporalmente desterrada, “genocidio”, y a reiterar la postura equilibrista de los dos estados, Israel y Palestina.
El posicionamiento del gobierno mexicano ha sido entendido por una parte de la opinión pública como la única expresión sensatamente posible ante el acoso arancelario trumpista, que sigue impactando de manera negativa la economía mexicana, y la tradicional respuesta represiva de los grandes capitales relacionados con Israel ante gobiernos que toman medidas contrarias a l