Hace un tiempo, Paul Krugman sintetizó en El País con su habitual destreza dos tópicos relevantes del pensamiento único. De una parte, sostuvo que la deuda pública no importa. De otra parte, afirmó que bajar impuestos beneficia a los ricos.

La relativización de la gravedad del endeudamiento público es una falacia antigua, desde que los mercantilistas sostuvieron hace siglos que era algo tan inocente como que una mano de la nación le prestara a la otra.

Krugman debe creer que él recibió el Premio Nobel de Economía con justicia, pero que a James Buchanan se lo dieron porque pasaba por allí. No dedica ni una línea a entender la lógica de la deuda pública en términos de legitimación política, y se limita a sostener que países muy endeudados la han resuelto, como el Reino Unido tras la Segu

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