En esta espiral casi infinita de escándalo que oscurece otro escándalo que a su vez difumina uno anterior, ha saltado estos días a la palestra, cómo no, otro de dimensiones siderales: el de las pulseras que supuestamente debían proteger a las víctimas de maltrato. La primera voz de alarma no la han dado esta vez de forma pública ni los jueces fascistas, ni la ultraderecha más recalcitrante y negacionista, ni los lanzadores de bulos especializados en turbar la triunfal marcha del Gobierno socialcomunista, ni la prensa adicta al PP y a los poderes judaicos. El grito inicial en el cielo lo ha puesto la propia Fiscalía, que como ya sabemos no es precisamente un látigo del sanchismo y sus compañeros de este triste viaje a ninguna parte en el que han embarcado a España, lo que no es moco de pavo

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