Tan acostumbrados estamos en Buenos Aires al pluralismo inmigratorio y a las genealogías cosmopolitas como núcleos productores y escaparates de la diversidad religiosa , que nos cuesta imaginar un tiempo largamente pasado, cuando ese fenómeno era una incipiente y quizá hasta escandalosa (o, por lo menos, sorprendente) novedad.
El ejercicio de “pensar” la historia de la religión y las congregaciones en nuestro país por fuera de la centralidad católica romana, a partir de las muchas efemérides alternativas pero netamente nacionales que van sumando ya dos siglos, permite descubrir nuevos horizontes de sentidos y visibilizar a esas minorías tempranamente migrantes , que también aportaron su cuota de valor (y no menor, por cierto) a la identidad argentina en el momento fundante de su car