La salud mental de la infancia atraviesa hoy una crisis silenciosa y global que debería estremecernos, pero que sigue siendo recibida con indiferencia o con respuestas parciales.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que 1 de cada 7 adolescentes vive con un trastorno diagnosticado y que el suicidio ya es la cuarta causa de muerte en este grupo etario.
Estas cifras deberían poner en foco todos los esfuerzos de los Estados para responder con estrategia e innovación, pero no es así. Lo más inquietante no es sólo el número: es la naturalidad con la que lo aceptamos , como si fuera inevitable, que millones de chicos carguen con angustias insoportables, intentos de autolesión, cuadros de depresión y un futuro que podría estar hipotecado.
Hace pocos días en la Argenti