En las entrañas de El Pozón, donde el polvo se levanta como un humo dorado al paso del viento y las casas parecen pintadas con pinceles de carnaval, vivía Elkin, mototaxista de pura cepa. Sus ruedas conocían cada grieta del asfalto caliente, cada esquina donde los pregones de bollos y arepas se mezclaban con los rezos de las abuelas.

Cada mañana, Elkin esperaba a María, la enfermera de manos milagrosas. Cuando ella aparecía, vestida con su bata blanca, parecía que el barrio entero respiraba distinto: los perros dejaban de ladrar, los gallos cantaban fuera de hora y hasta las bugambilias inclinaban sus flores para mirarla pasar.

Al subirse a la moto, el rugido del motor dejaba de ser estruendo y se volvía música: una tambora invisible que acompañaba las risas y los secretos que ellos comp

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