Antes de hablarle al mundo, ya nos estamos hablando a nosotros mismos. Ese diálogo interno —a veces alentador, otras veces cruel— es el verdadero director de orquesta de nuestra comunicación. ¿De qué sirve preparar el mejor discurso, tener las ideas más brillantes o dominar cada dato, si en nuestro interior una voz nos susurra: “no eres suficiente”, “te vas a equivocar”, “se darán cuenta de que no sabes”?

La manera en que nos comunicamos hacia afuera es un reflejo de cómo nos comunicamos hacia adentro. Cuando el autodiálogo está lleno de juicio, miedo o duda, la voz tiembla, las ideas se enredan y el mensaje pierde fuerza. En cambio, cuando cultivamos un diálogo interno de confianza, gratitud y propósito, proyectamos seguridad, claridad y conexión. No se trata de eliminar los nervios —por

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