Guy Ritchie fue en los noventa el enfant terrible del cine británico gracias a Lock, Stock and Two Smoking Barrels y Snatch , títulos que articularon un cine criminal pop, fresco, cargado de ironía y montaje fragmentado que parecía devolver la energía a un género fatigado. A esos logros iniciales habría que sumar también Revolver y RocknRolla , que aunque menos célebres, prolongaban esa aura de director cool capaz de hilar relatos corales, violentos y divertidos, con una narrativa estilizada y un ritmo que lo volvía reconocible. Como explica García (2021), el sello de Ritchie se definió por “un montaje frenético, el humor negro y la coralidad de personajes que confluyen en tramas delictivas de apariencia caótica pero estructura precisa”.

Con el paso de los años, su obra entró en u

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