Jude Law es desde hace tiempo un intérprete de una maleabilidad asombrosa. ¿Necesita presencia en la lista A y atractivo bancario? Este actor de 52 años cumple los requisitos. También es un actor de actores, dispuesto a adaptar su entonación y esencia a la voluntad de un personaje. Y Law lo hace todo con una incansable ética de trabajo que le ha mantenido en el candelero durante más de un cuarto de siglo.
Sin embargo, el inglés sigue sufriendo el síndrome del impostor en compañía de una leyenda del cine. Cuando Law se sienta en el Greenwich Hotel, un establecimiento de Tribeca del que Robert De Niro es copropietario, no tarda en fijarse en la silueta de una figura con gabardina que aparece en la pared detrás de mí. “Esto”, se maravilla, “es un escenario impresionante”. Pensando en