Al delinear el escenario electoral nacional y preguntarse qué se juega de verdad el 26 de octubre, resulta pertinente considerar que cuando dos fuerzas que se consideran mayoritarias buscan en simultáneo polarizar lo hacen para correr de la escena al resto y asegurarse entre ellas un acuerdo tácito de alternancia, en el mejor de los casos.

Está claro que la divergencia extrema genera no sólo una pelea sinfín al todo o nada de imprevisibles consecuencias sino que, a la vez, tiende a reducir el espacio político para las terceras fuerzas. Este propósito quizás podría ser válido para compulsas presidenciales, pero éste no es el caso de la próxima elección que prevé la renovación de bancas en el Congreso de la Nación. Justamente, es allí donde se puede generar un espacio natural para que,

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