En una húmeda noche de monzón en la bulliciosa ciudad de Lahore, Pakistán, los generadores chisporrotean y las luces parpadean en Maniax, un salón de videojuegos sucio pero legendario que impulsa el inesperado dominio del país en un lucrativo rincón del mundo de los Esports.
Tres de los diez mejores jugadores del mundo del clásico videojuego de lucha japonés “Tekken” son de Pakistán. Están rompiendo (virtuales) cráneos en el circuito internacional, llenando las filas de equipos respaldados por Arabia Saudita y llevándose a casa decenas de miles de dólares en premios.
Es una estadística contundente para un país más conocido por su inestabilidad política recurrente y donde una PlayStation o una PC cuesta más que el ingreso promedio mensual. La electricidad necesaria para usarlas tampoco si