Las transiciones democráticas exitosas —como la de España tras la dictadura de Franco, la de Chile después de Pinochet o la de Sudáfrica con el fin del apartheid— tuvieron un punto en común: el reconocimiento de un nuevo orden legítimo.

En ninguna de ellas se buscó prolongar el poder de origen ilegítimo. Por el contrario, lo que se pactó fueron garantías para facilitar la salida de quienes dejaban el mando.

Lo verdaderamente democrático no es discutir si se respeta o no la voluntad popular, sino cómo se lleva a cabo la transición. Una negociación solo es legítima cuando tiene como objetivo asegurar la transferencia efectiva del poder elegido por la ciudadanía y, en paralelo, ofrecer condiciones de salida seguras a quienes lo ejercieron de manera ilegítima.

Lo que no puede aceptarse es n

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