En el fértil Valle del Artibonite de Haití, antaño celebrado por sus campos de arroz y su orgullosa tradición agrícola, hoy las pandillas armadas dictan quién come y quién pasa hambre. Familias como la de Fleuranta Cilné sobreviven gracias a la ayuda humanitaria, atrapadas entre la violencia y el hambre.
Hambre en una tierra que antes se alimentaba a sí misma
En un punto de distribución abarrotado en Petite Rivière de l’Artibonite, el aire se siente pesado de desesperación. Los niños lloran, los adultos empujan, y los trabajadores humanitarios reparten platos de arroz pegajoso con salsa de carne: la única comida que muchos tendrán ese día.
“A veces paso días sin comer cuando se acaba la comida”, confiesa Fleuranta Cilné, de 42 años, sosteniendo un plato de plástico. Antes tenía una casa