¿Cómo es posible que un plan presentado conjuntamente por el presidente Trump y el primer ministro Netanyahu, haya durado tan pocas horas al ser rechazado por este último al regresar a Israel? ¿No leyó los últimos puntos del plan, o Trump le dio un borrador no finalizado? Todo es muy extraño, pues en la rueda de prensa que celebraron ambos dirigentes, Netanyahu dijo a Trump, textualmente, “señor presidente, me alentó su clara declaración ante la ONU contra el reconocimiento de un Estado palestino. Ese sería un resultado que, después del 7 de octubre, fomentaría el terrorismo, socavaría la seguridad y pondría en peligro la existencia misma de Israel”. En coherencia, Netanyahu se desdijo de lo anunciado y luego distribuido a los medios de comunicación por Trump, que se ha quedado estupefacto ante lo sucedido.

De todas formas, vale la pena analizar el contenido del plan, pues parte de él puede que sea recuperado a corto plazo por ambos dignatarios. Desde una mirada de analista de procesos de paz y negociación, el plan de 20 puntos tenía algunas virtudes, muchas incógnitas y aspectos claramente rechazables, o al menos muy cuestionables. Hay tres cosas presentes en el plan que son muy urgentes y que deberían hacerse de forma simultánea: finalizar los bombardeos, la entrada masiva y ordenada de la ayuda humanitaria y la liberación de los rehenes, todo al mismo tiempo. Son tres decisiones políticas que dependen exclusivamente de Israel y de Hamás. El problema es que este grupo no ha sido invitado a negociar y diseñar parte del plan que le afecta directamente, por lo que habrá que ver su reacción y si pone condiciones, en cuyo caso habría que estudiarlas, no rechazarlas de antemano. Hamás no tiene ya apoyo social, está militarmente desmantelado y, por tanto, tampoco está en condiciones de exigir mucho, pero tiene todavía a unos cuantos rehenes, y hay que ver la mejor manera de que sean liberados.

Hay un problema en las secuencias y los tiempos, algo muy habitual en cualquier negociación, pero aquí hay el inconveniente de que los palestinos, sea a través de la Autoridad Nacional Palestina u otros canales representativos, no han participado en el diseño del plan de paz, por lo que este es más bien una imposición. En este sentido, me ha extrañado mucho el aplauso automático de muchos países a esta iniciativa, cuando tiene muchos defectos y merece una revisión para que sea viable. El ansia de paz y de parar la guerra ha ido por delante a la reflexión, lo cual es un error, pues no ayuda a matizar y mejorar la propuesta para hacerla verdaderamente factible. También cierto que en el diseño del plan han intervenido muchos países árabes y musulmanes (Arabia, Qatar, Emiratos, Turquía, Indonesia, Pakistán, Egipto y Jordania, entre otros), que se reunieron con Trump el pasado día 23, aprovechando la Asamblea General de Naciones Unidas. Este plan, por tanto, puede tener cierto recorrido si se introducen reformas, ya que tiene mucho apoyo entre los países que apoyan a Palestina.

Empiezo por lo que no me parece aceptable y es más cuestionable. Una es la condicionalidad de la entrada a la ayuda humanitaria a la aceptación de todo el plan, algo totalmente inadmisible, pues es de una urgencia imperiosa y ha de estar desligada de cualquier otro aspecto, esté o no en el mencionado plan. Otro punto es la centralidad del presidente Trump en el plan, que presidiría y dirigiría la “Junta de Paz”, el nuevo organismo internacional de transición. No hay que olvidar que el presidente Trump es quien ha suministrado las 100.000 toneladas de bombas que han destruido Gaza y matado a 66.000 personas, como mínimo. El máximo aliado de Israel, no puede tener la autoridad y la legitimidad moral para imponer una pretendida solución. Todo apunta a que se trata más bien de un intento de Trump de ponerse una medalla más en su ambición de conseguir el premio Nobel de la Paz, con el asesoramiento de Tony Blair, que dirige una fundación, el Instituto Tony Blair para el Cambio Global, que no tiene experiencia en negociaciones de paz, y que, por su buena sintonía con Trump, ha diseñado con Trump un esquema más parecido al de una constructora o inmobiliaria que a un auténtico plan de paz, como los que sí sabe diseñar Naciones Unidas, que ha sido apartadas de todo este asunto, algo muy significativo. Que el punto 10 del plan diga textualmente “se creará un plan de desarrollo económico de Trump para reconstruir y dinamizar Gaza”, y se tenga la insensibilidad de decir a continuación y a este pueblo hambriento y pobre, que la nueva Gaza la construirán los expertos que han construido las “prósperas ciudades milagrosas modernas de Oriente Medio”, como Dubái o Doha, por ejemplo, con sus hoteles de lujo y rascacielos, es un insulto al sentido común y a la cultura palestina, más modesta y menos lujosa, a menos que el destino de los palestinos en este plan sea el de botones y limpiadoras de hoteles, barrenderos y trabajos no cualificados. Tampoco tiene sentido hablar (punto 11) de establecer una zona económica especial en Gaza, cuando este territorio, completamente devastado por las bombas y sin apenas espacio para cultivar, no tiene la más mínima infraestructura económica y productiva. Es de una gran ignorancia. También se habla de reconstruir Gaza, que está bien y es necesario, pero ¿quién lo hará y pagará? Dudo que sean los dos países que la han destruido, Israel y Estados Unidos, al menos de forma gratuita. Trump mencionó en su discurso al Banco Mundial, pero este banco concede préstamos, no caridad.

Pasemos a más dudas. El ejército israelí no se retiraría de entrada, sino después, y parcialmente, manteniendo congeladas las líneas de combate, y cuando una nueva Fuerza Internacional de Estabilización (ISF) temporal, que entrenaría a la nueva policía de Gaza y estaría tutelada por Estados Unidos, tenga el control completamente asegurado de Gaza y haya estabilizado este territorio tan destruido. Pero Israel no marchará del todo, pues el punto 16 indica que permanecería en un perímetro de seguridad durante el tiempo necesario, una presencia incompatible con la convivencia de las víctimas gazatíes, que durante mucho tiempo tendrán que permanecer hacinadas en el pequeñísimo espacio del sur de la franja, viviendo en tiendas de campaña y sin los servicios básicos que permiten vivir con dignidad.

Todo este plan pivota también en la creación de un gobierno transitorio tecnocrático y apolítico. ¿Qué quiere decir “apolítico” en este contexto? ¿Qué no tienen derechos los líderes naturales palestinos a dirigir sus destinos y tener criterio político, aunque en la ecuación ya no aparezca Hamás? Israel tiene encarcelado desde 2002 a Marwan Barghouti, el líder palestino más popular y carismático, que podría aglutinar a todas las sensibilidades políticas palestinas. ¿Por qué no darle la oportunidad de dirigir este período de transición, hasta que puedan celebrarse las tan ansiadas elecciones en toda Palestina, después de 20 años sin convocarlas? Y, como he comentado anteriormente, ¿es viable que este gobierno transitorio esté en manos de Trump, un personaje que está destruyendo la democracia en Estados Unidos? Gaza y el conjunto de los palestinos merecen un futuro más democrático, y solo ellos deberían poder decidir quienes han de liderar este proceso. La democracia consiste en esto, un poder decidir libremente el futuro y de forma directa. Tampoco se explica cómo será compatible la “reforma” de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) con lo anterior, es decir, con este primer gobierno transitorio. Mientras, ¿qué papel va a tener la ANP, tan poco democrática, desacreditada, llena de corrupción y denostada por el mismo Netanyahu el pasado lunes?

Tengo también otra duda. ¿Realmente se concedería una amnistía para todos los miembros de Hamás que abandonen la lucha armada, una vez liberados los rehenes? Con el nivel de odio existente, ¿es creíble este punto? Me temo que no, que es un engaño. Dicho todo esto, el plan divulgado sí tenía un final esperanzador, pues abría la puerta a un nuevo diálogo entre Israel y los palestinos y crear condiciones para “una vía creíble hacia la autodeterminación y la creación de un Estado palestino”. El problema está en que Netanyahu ha sido muy firme en estos últimos tiempos en afirmar que nunca existirá un Estado palestino, y lo ha dicho también después de que Trump haya presentado su plan de paz junto a él. Y, al regresar a Israel, también ha dicho que su ejército no abandonaría Gaza, lo cual son más que pequeñas matizaciones: es una clara negativa a cualquier plan de paz que no suponga el fin de la identidad palestina, un pueblo condenado a sufrir mientras se mantenga el actual Gobierno de Israel.