Los cambios políticos que estamos presenciando en Iberoamérica no pueden verse solo como un giro de colores en el mapa ideológico. La sustitución de gobiernos con discurso castrista o comunista por administraciones más pragmáticas no garantiza, por sí sola, ni democracia sólida ni prosperidad. El riesgo está en confundir el reemplazo de un relato con la construcción de instituciones.
República Dominicana, Ecuador o Argentina ya muestran síntomas de esa transición, pero la pregunta de fondo es si estas sociedades lograrán traducir el viraje político en sistemas de justicia independientes, economías abiertas que reduzcan la desigualdad y, sobre todo, en una cultura de respeto a la libertad. De lo contrario, el péndulo ideológico seguirá oscilando, pero sin resolver los problemas estructural