Esta, no por vanidad ni por pendejeras, es una foto que me taladra en lo emocional. Hoy sobre todo, cuando el efecto más intrincado del asesinato de Robert Serra reaparece entre la maleza del insomnio. Las razones son muchas: para ese momento, al menos yo y otros amigos, habíamos hablado de esa mirada profunda, sin compás, entre mi niña y Hugo, la que permanece en la foto.
Natalia apenas comenzaba a caminar, con la ayuda de una andadera, por las múltiples e infinitas rutas de un pequeño apartamento en París y, quizás por ese movimiento «independentista» y por otros quizás más identificados con la gracia, con el don que está contenido en el descubrimiento de la «realidad» (o su desconocimiento), la Nena iba y venía de un lado a otro, arisca, como todos los Ruiz, sin pararnos mucha bola cot