Los fotones, las diminutas partículas de la luz, son frágiles e impredecibles. A diferencia de los electrones, a los cuales es posible conservar en circuitos, los fotones pueden dispersarse, dividirse, fusionarse o absorberse. Esto significa que la cantidad de fotones en un sistema no es fija, incluso si la energía que transportan permanece constante.
Esto hace que guiarlos a través de fibra óptica o por el interior de chips fotónicos (que podríamos describir como laberintos ópticos) sea mucho más complicado que dirigir los electrones a través de cables de cobre, ya que las señales lumínicas pueden sufrir muchas más vicisitudes capaces de hacerlas desaparecer antes de llegar a su destino.
Los ingenieros suelen reaccionar a esta problemática corrigiendo obsesivamente cada imperfección, pu