
El dicho Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como se mantiene vivo en el lenguaje habitual porque sirve tanto para resaltar la capacidad de alguien que se basta a sí mismo como para señalar a quien actúa con un egoísmo exagerado . Esa flexibilidad explica que aparezca en contextos diversos y que las personas lo empleen indistintamente en tono de reproche o de elogio. La expresión conserva su fuerza precisamente porque combina la idea de independencia con la de acaparar para uno mismo.
Ese doble matiz explica que, desde hace siglos, forme parte del repertorio de frases que se transmiten sin esfuerzo de una generación a otra y que siempre despiertan un matiz de complicidad en quien la escucha. Con esa carga de ironía se abre paso hacia una historia más concreta.
Un poema satírico de Quevedo sembró la semilla del refrán
El origen principal se encuentra en la Letrilla Satírica III de Francisco de Quevedo , dentro de un conjunto de 25 composiciones burlescas escritas en el siglo XVII. El poeta cerraba cada estrofa con la frase “ Yo me soy el rey Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como ”, que resume el tono mordaz de su estilo.
Esa obra, que enfrentaba la solemnidad de la época con una escritura directa y atrevida, contenía una secuencia de versos en los que el autor se burlaba de la vejez, de las jerarquías y de los falsos honores . El lector encontraba en cada cierre la misma sentencia, convertida con el tiempo en estribillo popular.
La referencia a un rey Palomo resultaba extravagante y probablemente buscaba acentuar el carácter satírico del poema. Sin embargo, el pueblo terminó sustituyendo a ese monarca ficticio por un personaje mucho más cercano .
El bandolero cordobés transformó el verso en un personaje que ganó cuerpo en la tradición
Así surgió la identificación con un bandolero del siglo XIX llamado Diego Padilla , al que la tradición cordobesa bautizó como Juan Palomo . Esa operación de apropiación popular explica cómo un verso literario terminó arraigado en la memoria oral con un nuevo protagonista.
El relato local sitúa a Diego Padilla en Fuente la Lancha , al norte de la actual provincia de Córdoba, donde lideró ataques contra las tropas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia. Allí actuó junto a Los Siete Niños de Écija y convirtió la Casa Grande en su baluarte.
Aquel cortijo, levantado a pocos metros de la parroquia de Santa Catalina, pertenecía a descendientes del Conde de Belalcázar y de Alfonso de Sotomayor. El edificio desapareció, transformado en varias viviendas modernas, pero su recuerdo sigue presente en el relato de los vecinos.
Esa antigua construcción se describía como un lugar amplio, con cuadras y muchas habitaciones. Los testimonios orales afirman que en las estancias guardaban las joyas y el dinero obtenidos en sus golpes , además de encerrar a prisioneros relevantes por los que exigían rescates. También circula la creencia de que un túnel unía el pozo del cortijo con el río Guadamatilla , lo que habría permitido escapadas rápidas cuando la presión militar aumentaba. La Casa Grande se convirtió así en el centro de las historias transmitidas sobre aquel grupo de bandoleros.
Los recuerdos que asocian a Juan Palomo con la autosuficiencia surgen precisamente de esa etapa. Se decía que su ingenio aseguraba recursos constantes para sus hombres, hasta el punto de que podía repartir parte del botín entre vecinos con menos posibilidades. Esa imagen reforzó el valor positivo del dicho, aunque las fuentes escritas señalan que la verdadera raíz se encontraba en la sátira de Quevedo y no en la biografía del bandolero. El cruce de ambas tradiciones acabó creando un retrato tan literario como popular.
El detalle más curioso es que Quevedo nunca habló de un Juan. Fue la gente la que convirtió al monarca ficticio en un personaje legendario que aún hoy sigue apareciendo . Esa transformación popular explica por qué la frase ha resistido el paso de los siglos y y se mantiene vigente cada vez que alguien decide guisarse y comerse su propio plato sin ayuda de nadie.