Si hay un rasgo común adherido al ADN de los partidos es la baja o nula tolerancia a la discrepancia y la crítica. Mientras públicamente todos presumen de una sana democracia interna, la realidad es que la discordancia no solo se silencia, sino que incluso se castiga. Es por ello que, aunque todo liderazgo cuenta con defensores y detractores, estos últimos tienden a ser tachados de enemigos, hasta el punto de verse obligados a elegir entre ser defenestrados o exiliados. Con frecuencia ocurre que quienes no comparten la hoja de ruta marcada por el líder de turno optan por abandonar las filas en busca de una nueva casa, que si no está construida, debe proyectarse desde los cimientos. En esta tesitura se encuentran, desde hace algún tiempo, una no desdeñable cifra de históricos nombres social

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