Dos años después de su entrada acelerada en la OTAN, el país nórdico ahonda en su estrategia de defensa para conjurar una amenaza que nunca ha llegado a sacudirse del todo
Desde el puente de mando de la gigantesca patrullera Turva , Mikko Simola, el comandante al frente de la Guardia Costera que vela por la seguridad del golfo de Finlandia, apunta con el dedo —casi como un acto reflejo— hacia el este, hacia la única lengua de mar que, tras atravesar Helsinki y Tallin, desemboca en la ciudad rusa de San Petersburgo.
En esa zona, Simola y sus chicos llevan tres años viendo pasar por delante de sus ojos —y de sus radares— buques de guerra rusos. “Su presencia es mucho mayor”, constata. También lo es la de los llamados petroleros en la sombra , la vieja flota que el Kremlin utiliza par