Con la necesidad genuina de los salvajes. Sara se desploma sobre el lecho caldoso del río. Suspendida la felicidad entre paréntesis, se deja llevar, corriente abajo, como un tronco. Activa cada tanto las aspas para elevar el cuerpo, cogotea para rescatar dosis de aire. No pide ayuda, no la necesita. Está bien así, fundidas las lágrimas en el cuerpo líquido que la contiene. Hace la plancha, uf, ahora sí está serena, la osamenta en el nirvana etcétera. Contempla las estrellas que la noche ofrece. De cada lado del río se esparce un denso tejido vegetal hecho de juncos, sauces, sarandíes, ceibos. Entonces las luces vivas de las casas quedan atrapadas detrás de ese cerco que las vuelve intermitentes y delgadas, apenas si llegan al río convertidas en reflejo. Los muelles de las casas, algunos de

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