Dos años después del trauma causado por el atentado de Hamás, los discursos extremistas y la deshumanización de los palestinos calan en más capas de la población
“Explosiones, explosiones, solo quiero oír explosiones. Y mirar hacia allí y solo ver el mar”. Nadav Hazen tiene 24 años, es de la localidad israelí de Sderot , a menos de dos kilómetros de Gaza, y cuenta que acude todos los días al mirador del municipio —“mi perro se ha quedado sordo de los bombardeos”, ilustra— para ver desde lo alto cómo progresa la invasión israelí de la Franja, que este martes cumple dos años. “Hay que acabar con todo eso”, dice señalando al minúsculo enclave palestino. “Yo quiero que haya un hotel y un casino. Y vivir allí”.
Desde la distancia, en realidad, no se ve mucho. En parte porque tampoco queda