Este grupo de zaragozanos se han impuesto el reto de visitar seis refugios libres por año. Pintarán sus paredes, dejarán un botiquín, colgarán cuadros y adecentarán la estancia con la idea de concienciar a cualquier persona que pase por allí de que estos lugares deben ser respetados y cuidados por todos

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Si uno decide hacer una ruta por la montaña, algo nada raro en Aragón, quizá llegue a un refugio libre en el que guarecerse de las inclemencias climáticas, curarse una herida tras alguna caída o, simplemente, pasar la noche. Desde hace unos años, algunos de estos enclaves lucen totalmente renovados gracias a la labor desinteresada de un grupo de siete amigos que se han propuesto devolver a la montaña todo lo que ella les ha ofrecido a lo largo de sus vidas. Su objetivo es claro: crear la conciencia de que aquello que está abierto a cualquier persona de forma gratuita no es que sea de nadie, sino que es de todos, y como tal hay que cuidarlo.

Todos los amigos que conforman este grupo son zaragozanos y antiguos monitores de montañismo en el Valle de Pineta, lo que les granjeó un gran conocimiento sobre estos refugios libres. Su proyecto, de hecho, se llama 'Refugios libres dignos'. Pedro Molina es uno de los artífices de la iniciativa: “Hace tres años, cuando ya pasamos esa etapa de los campamentos, nos volvimos a juntar para hacer una travesía y planeamos dormir en un refugio. Sabíamos el estado en el que estaba, así que decidimos adecentarlo un poco”.

Todavía no lo sabían, pero aquel plan de amistad, montaña, pintura y bricolaje que acababan de comenzar de manera algo improvisada sería la chispa de un proyecto que, a día de hoy, lleva 15 refugios rehabilitados y se ha fijado el reto de sumar seis nuevos cada año. El siguiente será en La Rioja. “Aquel día subimos unas maderas para hacer un banco y una mesa, porque no había nada en el refugio”, recuerda Luis Marín, otro de los integrantes del grupo.

El problema es que los ayuntamientos no quieren invertir en este tipo de lugares porque apenas sacan rédito, porque aquí no hay nada gratis

El espacio quedó tan “majo”, como lo describe Molina, que grabaron un vídeo y lo subieron a las redes sociales. “Tuvo tan buena repercusión que nos planteamos hacer lo mismo en otros refugios de la zona, porque en Aragón hay como un centenar”, añade este profesional de la industria del metal a sus 40 años.

Las cosas han cambiado mucho desde aquellos tiempos en los que estos refugios también eran utilizados por pastores o cazadores, encargados de su mantenimiento. “El problema es que los ayuntamientos no quieren invertir en este tipo de lugares porque apenas sacan rédito, porque aquí no hay nada gratis”, se queja el mismo Molina. No hay nada gratis, pero sí acciones altruistas. Estos siete amigos utilizan materiales reciclados y otros tantos donados para crear un hábitat acogedor.

La dignidad del refugio

En todos los refugios que intervienen, que suelen estar entre los 1.000 y 2.000 metros de altitud, hay un mínimo de elementos que permanecen. Más allá de pintar sus paredes, construyen una mesa con bancos, una pequeña encimera para la cocina acompañada de menaje, dejan un botiquín, una pequeña biblioteca y un foco solar conectado a una entrada USB para que, ante cualquier emergencia, se pueda cargar un dispositivo electrónico. También vacían y limpian la chimenea, y recogen algo de leña que preparan para los próximos visitantes, y dejan un extintor. Asimismo, cuelgan un panel de experiencias para que los huéspedes escriban sus vivencias y así evitar que se ensucien las paredes.

Hicimos estanterías usando manillares y las cadenas de la bici las convertimos en colgadores

Sin embargo, su afán va mucho más allá de lo básico. También dejan una guitarra, que suele ser donada, con la inscripción “que las vacas y la música no dejen de sonar en estos valles” en su parte trasera, tal y como relata Marín. En este sentido, intentan que cada refugio tenga una atmósfera propia. Para ello, se valen de obras pictóricas o grabados relacionados con la montaña donados por otras personas que cuelgan de las paredes para hacer más acogedora la estancia. “Por ejemplo, intervinimos el refugio de La Ribagorza, en Huesca, zona muy transitada por ciclistas, así que decidimos ambientarlo con piezas recicladas de bicicleta. Hicimos estanterías usando manillares y las cadenas de la bici las convertimos en colgadores”, ilustra este profesional de la carpintería.

Más o menos, cada refugio supone un desembolso de 1.000 euros entre materiales, dietas y gasolina que invierten en un fin de semana. Si el viernes salen desde Zaragoza, el domingo ya están de regreso. “Empezamos durmiendo en una cuadra y lo terminamos haciendo en un hotel de cinco estrellas”, ironiza Molina.

No solo acondicionar, también transmitir valores

Él mismo remarca que su gran presencia en redes sociales les hizo pensar que la podían utilizar para brindar cada refugio a alguna asociación dedicada a la investigación de enfermedades raras, cáncer o leucemia. “Ponemos una placa en cada refugio, el nombre de la asociación y su logotipo y un código QR que lleva a su web, y en nuestros perfiles divulgamos su trabajo para que la gente les pueda apoyar”, desarrolla.

Pablo Simón es otro de estos siete amigos que unas seis veces al año se imbuye en el plan de rehabilitar un refugio libre junto a sus colegas. Afincado en Bilbao, nada le impide hacer rutas prácticamente todos los fines de semana. “Al principio, la excusa era pasar tiempo entre nosotros, porque los ritmos de la vida y nuevas obligaciones nos habían separado un poco. Ahora tenemos un motivo muy fuerte para seguir juntándonos”.

Para este investigador científico de 31 años no se trata únicamente de limpiar el espacio y acondicionarlo, sino de transmitir unos valores: “Esto es de todos, y todos somos responsables de ello. Todavía hay gente que nos comenta que lo que hacemos durará dos días y que otra gente lo destrozará, pero nosotros vemos que ocurre todo lo contrario”. Y eso es uno de sus logros. Han visto que cuando otras personas abren la puerta y se encuentran un lugar acogedor y cómodo, lo respetan aún más, e intentan hasta mejorarlo.

Otras críticas han estado relacionadas con el factor económico. “Está tan bien el resultado que nos decían que la gente dejaría de ir a los refugios privados, pero eso es mentira. Siempre están con las plazas completas”, responde el propio Simón. Preguntado por si en algún momento se imaginó que terminará haciendo algo así, este científico afirma rotundamente que no. “Estoy surgió de casualidad y palmamos pasta, pero lo que otros se dejan en una noche de fiesta nosotros lo invertimos en pasar un buen rato entre amigos y hacer el bien en la montaña”, añade.

Otros grupos comparten la experiencia

No son pocas las personas que se han querido sumar al proyecto. Marín cifra en una docena los mensajes que reciben todos los días por redes sociales. “Agrandar el grupo sería un problema a nivel de logística, así que hemos decidido colaborar con algunos grupos para mantener el espíritu de lo que hacemos de una forma más compartida”, detalla.

En ocasiones, son grupos de scouts los que van al refugio de avanzadilla para adecentar el lugar lo máximo posible hasta que los siete amigos desembarquen con sus materiales. “Yo he porteado mochilas con hasta 80 kilos de enseres y herramientas. Lo que se tarda en hacer una ruta una hora y media, tardamos hasta cuatro al paso que vamos”, dice Marín desde Bilbao.

Agrandar el grupo sería un problema a nivel de logística, así que hemos decidido colaborar con algunos grupos para mantener el espíritu de lo que hacemos de una forma más compartida

En este sentido, han creado una iniciativa denominada “Apadrina tu refugio”. Si los jóvenes son la avanzadilla, los grupos de montañeros interesados en el proyecto funcionan como una suerte de retaguardia que custodian un refugio concreto al comprometerse a visitarlo al menos una vez al año y reacondicionarlo si fuera necesario.