Un día de septiembre, Felicia Rangel-Samponaro revisaba sus mensajes no leídos en redes sociales cuando vio uno que no esperaba recibir y que no pudo ignorar. Una mujer le escribía desde Houston, a una distancia de cinco horas en auto de su ciudad. Era una madre soltera de dos hijos menores y sin familia en Estados Unidos, quien le pedía a Felicia que la acompañara a su audiencia de inmigración. “Simplemente me sentiría mejor si estuvieras aquí”, le dijo.
Rangel dedicó los últimos seis años a ayudar a inmigrantes en la frontera de Estados Unidos-México, siempre desde el lado mexicano. Pero poco después del inicio del segundo mandato del presidente Donald Trump, supo que su foco de atención había cambiado: ahora muchos de esos inmigrantes la necesitaban esta vez en las cortes de inmigració