Estela (María Paz Grandjean) es del sur y dice que en su tierra hay más árboles que personas. Se los enumera así a un hombre que acaba de conocer en una estación de bencina: arces, robles, ulmos, arrayanes, laureles. Continúa y le explica que cuando llegó a Santiago todo le pareció un poco desalentador. La ciudad olía a polvo y solo había dos colores: café y amarillo. “Árboles amarillos y cerros cafés. Edificios amarillos y plazas cafés”, describe.
Oriunda de Chiloé, Estela tiene poco tiempo para otras cosas que no sean cuidar día y noche de la casa y de la hija de siete años de la familia que la contrató puertas adentro. Su vida es su trabajo y por eso lo que le cuenta al hombre de la bomba pareciera ser un desahogo, una confesión ante el cura o un respiro tras tanto sometimiento.
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