La conversación sobre la alimentación está llena de teorías, prohibiciones y fórmulas milagrosas. Gurús del bienestar e influencers de la comida saludable se multiplican como arroz. Hay algunos, con formación en nutrición, que informan con rigor; otros, muchos, aprovechando la preocupación por las enfermedades asociadas a los ultraprocesados, transgénicos e industrialización, convierten la mesa en campo de culpa.

Cada día aparece alguien con su teoría: prohíben frutas, avena, arroz, carne y lácteos; incluso alguien afirmó que un tamal es lo peor. Hasta el agua ha sido demonizada. Discursos que confunden y dañan algo más profundo: nuestra relación con la comida y la memoria de lo que somos.

Saben que sus palabras pueden mover hábitos, influir decisiones, monetizar y vender. Hablan con una

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