Mientras el Perú se desangra, hemos cambiado por sétima vez de presidente. Pero, no nos equivoquemos: el ascenso de José Jerí a Palacio de Gobierno este 10 de octubre no se siente como ningún amanecer porque se trata del último acto de un contubernio político que se pudrió a la vista de todos. La brutal crisis de inseguridad ciudadana, con la extorsión asesinando al por mayor, hizo insostenible la permanencia de su inenarrable predecesora. El pacto bandido que la sostenía se quemó por el miedo en las calles, y de sus cenizas emerge un presidente que, lejos de traer certezas, encarna la duda en plena emergencia existencial.
El problema fundamental de José Jerí no es el futuro, es su pasado. Un pasado muy reciente que se resume en una cronología devastadora, un mapa del poder tan descarado