Es 11 de agosto de 1883 y el barco mercante ‘Mendoza’ está entrando en el puerto de Buenos Aires, Argentina. A bordo, cientos de pasajeros se asoman a las barandillas con una mezcla de curiosidad, temor y esperanza.

Hace un mes que salieron desde Nápoles y, a su llegada al puerto, completan el pertinente registro: Francesco Scola, 23 años, jornalero; Nicoleta Calafiori, 31 años, costurera; Giovanni Quaranta, 27 años, herrero,… y así un sinfín de recién llegados.

Los datos de Francesco, Nicoleta o Giovanni, que conocemos gracias al Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos (CEMLA), son solo tres ejemplos de los cientos de migrantes que llegaron cada semana, durante ocho décadas, a la capital argentina provenientes del otro lado del Atlántico.

Pero el caso bonaerense no era aislado,

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