
L as crisis, dicen, revelan liderazgos. Pero también desnudan carencias. Y en algunos casos, como ocurre en Tulum, además, a los políticos los convierte en memes.
Diego Castañón , el joven ex futbolista que se convirtió en alcalde de Morena por un funesto azar del destino y que heredó el paraíso aupado en la ola guinda, hoy parece más bien un náufrago en medio de su propia tormenta perfecta: inseguridad que enluta, desplome turístico, críticas en redes, ecocidios disfrazados de progreso y un gobierno que comunica con torpeza, cuando comunica .
El alcalde quiso surfear la ola del ‘nuevo Tulum’ , pero terminó atrapado entre la corriente de la improvisación y el vendaval de las redes sociales, donde cada paso en falso se convierte en material de burla nacional. En sus últimas apariciones mediáticas –que incluyeron videos en los que intentó lucir generoso con pueblo al negociar con los hoteleros accesos a las playas virtualmente privatizadas, pero con ‘condiciones’ –, terminó siendo la caricatura de un liderazgo sin rumbo.
Y mientras la marca ‘Tulum’ pierde brillo, el edil parece decidido a hundirse con ella, convencido de que la culpa es de una campaña de desprestigio, de la politización, o de los medios “malintencionados”. La autocrítica no figura en su gabinete; menos aún la estrategia.
Dicen en los pasillos que Diego Castañón anda buscando quién le crea. Y no es fácil, porque ni en su propio equipo se ponen de acuerdo sobre qué decir… o qué callar.
El alcalde de Tulum , ese que Morena presumía como uno de los ‘nuevos rostros’ del relevo generacional, hoy es el ejemplo perfecto de cómo una mala gestión puede convertir el paraíso en un problema. O peor: en un chiste viral.
A menos de dos años de las elecciones, Morena en Quintana Roo debería mirar con atención este caso: un municipio que era joya del turismo mundial y hoy es símbolo de crisis, desconfianza y descontrol. Castañón tendría la oportunidad de ser uno de los participantes de la próxima carrera por el relevo político, pero cada semana se consolida más como el ejemplo de lo que no debe repetirse.
Dicen los que saben que en Palacio de Gobierno ya hay preocupación. No por el turismo —que se las arregla como puede— sino por el efecto político: Castañón se volvió un ‘caso de estudio’ de cómo no manejar una crisis . Y eso, rumbo a 2027, pesa. ¿Será?
Mal haría el gobierno y sus compañeros de partido en tratar de echarle la culpa al pasado (como la diputada Mildred Avila que dice que les dejaron un ‘mugrero’ y que todo es culpa de la oposición, sin acordarse que si hablamos de pasado ella es parte de ese pasado) en vez de reconocer que se están cometiendo errores de comunicación y estrategia para tratar de explicar la crisis turística de Tulum que puede ser pasajera o no, según las decisiones que se empiecen a tomar a partir de ahora.
Y hay otros que en su defensa, culpan a los medios, al sargazo, al clima y hasta al karma. Pero lo que no reconocen es que el problema es de gestión… y de ego.
Porque Tulum no está en crisis solo por el sargazo o por el turismo que se va con un reclamo de abusos y excesos; está en crisis porque tiene un gobierno que no entiende que gobernar no es posar, y que comunicar no es simular.
Y si la política es percepción, el alcalde ya perdió esa batalla. Hoy, más que mandatario, es un trending topic. Y no precisamente por buenas razones.
Y así, mientras el paraíso se hunde entre hoteles y restaurantes semivacíos, sargazo y descontento, el alcalde se aferra al libreto equivocado. En Tulum, la gestión se volvió ficción… y la comunicación, comedia.
En el fondo, todos saben que el paraíso no se pierde por el sargazo, sino por la soberbia . Y en Tulum, esa marea ya llegó hasta el Palacio Municipal.
Habrá que recordar que en la política como en el futbol, aún en las malas ligas como la mexicana, siempre habrá jugadores de primera y segunda categoría .