Trump y sus aliados impulsan la segunda fase de la normalización del genocidio israelí, con el fin de rescatar la imagen de Israel, detener la presión social internacional y garantizar la ocupación y el apartheid colonial en Palestina
Tras dos años de crímenes masivos contra la población civil palestina en Gaza y Cisjordania, asistimos a la segunda fase de la normalización del genocidio, a través de la teatralización y el relato. Donald Trump ha salido al rescate del Gobierno de Netanyahu y ha iniciado una operación de lavado de imagen con la que intenta garantizar la impunidad israelí y el enriquecimiento de Estados Unidos sobre los escombros de Gaza.
“Gran trabajo”
Así lo verbalizó él mismo en la Knesset israelí -el Parlamento- este pasado lunes, acompañando y protegiendo a Benjamin Netanyahu. Allí, arropado por los aplausos de la mayoría parlamentaria de Israel, Trump agradeció al Gobierno de Israel el “gran trabajo” realizado y presumió de haber facilitado las acciones militares contra Gaza con el suministro de armamento estadounidense. Merece la pena prestar atención al contenido del acto.
“Tenemos las mejores armas y dimos muchas a Israel. Bibi [Netanyahu] me decía: ‘¿puedes darme esta y aquella?’. De algunas yo no había oído nunca; y se las dimos, y son los mejores. Las usasteis muy bien”, afirmó el presidente de EEUU ante continuas interrupciones con aplausos y vítores.
Esas y otras frases dejan clara la voluntad de Trump de respaldar el genocidio y la impunidad israelí: “A mi gente [del Ejército] le encantó trabajar con vosotros”, aseguró ante el Parlamento israelí. “Con nuestra ayuda, Israel ha ganado todo lo que podía ganar con la fuerza de las armas”, añadió.
El acto fue una orgía de la impunidad, con la presencia de algunos de los hombres más cercanos al presidente de EEUU y también de Miriam Adelson, viuda del magnate de los casinos, de quien Trump quiso destacar dos cuestiones: que tiene, al menos, 60.000 millones de dólares y que ella y su marido le convencieron para apoyar más a Israel.
Ocupación e impunidad
Ahora llega la fase de la reconstrucción de los hechos a la medida de los intereses estadounidenses e israelíes, con un plan que niega los derechos fundamentales al pueblo palestino y que pretende consolidar un proyecto colonial con ocupación permanente y segregación racial. En ese sentido, Trump ha reiterado esta semana su reconocimiento de Jerusalén como “capital eterna” de Israel y de la soberanía israelí de los Altos del Golán sirios, pese a que varias resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas -la primera, de 1967- exigen la retirada de la ocupación israelí de Jerusalén Este, Cisjordania, Gaza y los Altos del Golán sirios.
El proyecto de ese Gran Israel sigue en los objetivos del Gobierno de Netanyahu, al que el presidente de Estados Unidos protege y respalda. Tal es así, que el lunes llegó a pedir el indulto para el primer ministro israelí: “¿Por qué no le insultáis? Puros y champán, ¿a quién le importa?”, dijo en referencia a uno de los casos de corrupción.
El plan Trump ha sido diseñado para salvar a Israel con todo, con su ocupación ilegal y su sistema de apartheid, sin fecha de retirada de las tropas israelíes de Gaza y con un proyecto urbanístico para negocio y especulación estadounidense. No contempla rendición de cuentas y deja un peligroso mensaje: que se puede cometer un genocidio durante dos años y recibir recompensa por ello. Que se puede financiar y proteger al autor del genocidio y sonar como candidato al Premio Nobel de la Paz o autodenominarse “pacificador”. Que es posible mantener relaciones preferenciales con el Estado que impulsa crímenes masivos, no adoptar medidas para prevenirlo o pararlo durante casi dos años y, aún así, presentarse como defensor del derecho internacional, como sigue haciendo la Unión Europea, el mayor socio comercial de Israel.
La operación cosmética ideada por el mandatario estadounidense llega en el momento de más respuesta social internacional contra los crímenes israelíes. Las escenificaciones de esta semana van en ese sentido. Las protestas en muchos países estaban poniendo en aprietos a varios gobiernos aliados de Washington y, por ende, de Tel Aviv. En el contexto de bombardeos y masacres era cada vez más difícil justificar las alianzas con Israel, y así lo reflejaban tanto las calles como las encuestas que toman el pulso a la opinión pública estadounidense y europea.
Reino Unido, por ejemplo, ha tenido que afrontar manifestaciones masivas e incluso la aparición de un nuevo partido impulsado por integrantes del laborismo que han abandonado sus filas debido, precisamente, a la complicidad británica con el genocidio israelí, a través del envío de armamento.
En las últimas semanas, la presión de organizaciones de derechos humanos, las órdenes de las Cortes de La Haya y las movilizaciones sociales obligaron a la propia Unión Europea a anunciar que estudiaría una suspensión de su acuerdo preferencial con Israel, aunque finalmente eligió mantenerlo. También la UEFA, la FIFA y Eurovisión se vieron forzadas a estudiar la suspensión de la participación israelí.
Tras el anuncio del plan Trump, la UEFA y la FIFA han congelado la expulsión y la Unión Europea de Radiodifusión ha aparcado la votación sobre Eurovisión prevista para noviembre. El canciller alemán insistió la pasada semana en que, si se suspende la participación israelí, Alemania saldría de Eurovisión. Por cierto, entre los mandatarios que fueron a Egipto a respaldar el plan de Trump y a hacerse la foto con él, estaba también el presidente de la FIFA, Gionni Infantino, cercano al presidente de Estados Unidos.
Hace más de un año la Corte Internacional de Justicia señaló la ilegalidad de la ocupación de Israel de los Territorios Ocupados Palestinos. Una resolución de la Asamblea General de la ONU exigió el fin de esta ocupación en el periodo máximo de un año. Ese plazo se cumplió en septiembre.
Ahora, con esta tregua, Estados Unidos, Reino Unido y Francia barajan la posibilidad de impulsar una resolución en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para respaldar el plan Trump, lo que supondría dar el visto bueno a la ocupación israelí de Gaza durante un “periodo de transición” que podría no terminar nunca, como ha ocurrido tantas veces en el pasado a lo largo de las décadas, a través de la política de hechos consumados de Israel.
“Lo llaman paz, pero para los palestinos es el riesgo del empeoramiento del apartheid”, ha advertido la relatora de Naciones Unidas, Francesca Albanese. “Todas las miradas deben permanecer sobre Palestina. Gentes del mundo, no miréis hacia otro lado ahora. Como nos recuerda el legado de Nelson Mandela, nadie es libre hasta que todo el mundo sea libre”. El pueblo palestino todavía enfrenta “ocupación, eliminación y genocidio”, ha advertido el historiador israelí Ilan Pappé.
“La plataforma Cartografía del Genocidio muestra, atrocidad tras atrocidad, cómo Israel destruyó todos los aspectos de la vida palestina en Gaza. Seguiremos monitoreando. El genocidio no termina simplemente con un alto el fuego. Continúa mientras no se restablezcan las condiciones de vida”, ha advertido el director de Forensic Architecture.
La ley internacional obliga a los Estados del mundo a prevenir, detener y sancionar el genocidio. Durante casi dos años los máximos aliados de Israel hicieron caso omiso de esa obligación: mantuvieron negocios, acuerdos preferenciales y todo tipo de relaciones con Tel Aviv, mientras decenas de miles de personas eran asesinadas en vivo y en directo. Pese a un relato predominantemente proisraelí en los circuitos públicos occidentales, la realidad comenzó a ser más evidente e insoportable.
Ante ello, Israel y sus aliados confían en volver a lo que la abogada palestina Diana Buttu llama “la píldora mágica”, un “proceso de paz”, como los Acuerdos de Oslo de los años noventa, que haga “invisible la ocupación” israelí y la segregación racial “ante los ojos de Occidente”. Y así, de este modo, el país que comete genocidio goza del derecho a decidir el futuro del pueblo “contra el que comete esos crímenes”.