La niebla de la ría de Vigo envuelve la pequeña isla de San Simón al amanecer. Sus viejos muros susurran historias antiguas: monjes guerreros rezando en capillas derruidas, enfermos febriles mirando el horizonte desde pabellones aislados, y presos famélicos contando los días detrás de rejas oxidadas por el tiempo y el salitre.
Pocas tierras tan diminutas cargan con tanta belleza y tanto horror. San Simón, con apenas 250 metros de longitud por 90 de ancho , parece flotar en el silencio del agua, custodiando un pasado que se resiste a desaparecer.
La isla, unida por un puente a su islote hermano de San Antón, ha sido refugio sagrado, hospital del olvido y prisión infernal , todo en uno. En su exigua superficie se acumulan secretos de batallas navales, cantos de trovadores del medievo y