La consternación que sentimos todos tras el suicidio de una niña de 14 años a la que insultaban y vejaban sus compañeras del colegio es una cuestión de humanidad. Empatizamos con esos padres que deben estar sufriendo lo indecible, pedimos justicia y que hechos similares no se vuelvan a repetir. Nunca.
Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Ahora vayamos a las causas. Miramos al colegio que no hizo, desde luego, lo que debía. Pero no más allá. ¿Por qué? Porque entonces la culpa es nuestra. De todos los que somos padres o de los que lo serán en el futuro inmediato si no hacen algo por eximirse.
Un maestro me contaba esta semana cómo es su jornada laboral con los niños de tres años que son los que le han tocado este curso. Lleva años en la docencia y se quejaba amargamente porque uno de sus pe