Vivimos instalados en la sospecha. En la era del tuit, nadie quiere esperar a que un juez escuche, valore, decida... Queremos culpables al instante, preferiblemente conocidos, con buena foto y mejor novela. Si luego resulta que no lo eran, ya es tarde. Las portadas y los comentarios indignados ya han hecho su trabajo. Es más fácil vender certezas que dudas y es más rentable indignarse que esperar.

El caso de Jonathan Andic es el último ejemplo. No lo conozco, ni lo he visto nunca. Sé, como todos, que lo investigan por la muerte de su padre. Y sé también, porque lo he leído, que es padre de tres hijos. Pero todos hemos imaginado la escena más violenta y la más simple: el empujón en la montaña. Hemos llenado el silencio con nuestra versión más oscura.

Nadie se pregunta cómo se vive cuando

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