Imagina una expo. Llegas a un centro de convenciones: Expo Aventura. Desde días antes, todos se prepararon: pagaron y diseñaron sus stands, compraron muebles, desarrollaron estrategias. ¿El propósito? Vender.
Se abren las puertas y todos esperan lo mismo: que alguien llegue a comprar. No pueden gritar como en algunos mercados, pero sí usan ganchos visuales, promociones, showrooms.
Entre los asistentes, algunos vienen por necesidad, otros por curiosidad. Algunos ni siquiera pertenecen al giro del evento, pero ahí están. Dos lados: quien vende y quien compra. Y ambos quieren algo del otro. Así es hoy la vida real: en redes sociales, en la calle, en los cursos. Todos quieren vender y todos quieren comprar algo.
¿Por qué esta presión? Porque comprar da placer, da estatus, puede ser una adic

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