El escritor y periodista Guillermo Alonso publica 'El efecto deseado', una obra cuya mirada se posa sobre quienes viven en los márgenes

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La literatura de Guillermo Alonso (Pontevedra, 1982) está impregnada por una especie de euforia negativa. Como si abriera de par en par las ventanas del mundo en mitad de una fiesta, y las desgracias de quienes viven a los márgenes fueran contempladas bajo música de discoteca, el autor muestra la incoherencia que supone celebrar la vida en una sociedad que quizás no da demasiados motivos para hacerlo. El resultado es una obra tan triste y a la vez entusiasta como El efecto deseado (Seix Barral), en la que, en lugar de absorber el dolor de alguien que sufre, ilustra la perspectiva de quien se esfuerza por verlo todo de forma positiva a pesar del abatimiento.

La nueva novela del escritor y periodista pontevedrés sigue a Gaspar, un joven de 19 años “pobre, huérfano y homosexual” que nos acerca a quienes viven apartados de la normatividad que parece estar aceptada como ideal. “Me interesan las personas que lo miran todo desde posiciones en las que no solemos estar”, dice Guillermo Alonso a elDiario.es. Esas posiciones las aborda desde una mirada marginal que va más allá del cliché de dos personas del mismo género que se ven obligadas a ocultar su relación. “Es una mirada que viene desde los márgenes y que se posa sobre los que miran a las personas y los objetos de una manera diferente”, señala el autor.

Esta visión, que en El efecto deseado se percibe con una sensibilidad y atención distintas a las convencionales, se encarna sobre un protagonista completamente perdido que se encuentra con personajes que vienen de diferentes lugares y que están igual de desorientados. Él, sin embargo, halla satisfacción en el trabajo: la obra sigue su evolución personal a través de los diferentes servicios que realiza para contentar a los demás y descubrirse a sí mismo. De hecho, la lectura constata la evidencia de que, a menudo, todo ello viene condicionado por la falta de identidad. “Estamos muy preocupados por la imagen que proyectamos a los demás”, indica Guillermo Alonso, quien afirma que, en ocasiones, “da la sensación de que estás haciendo de vendehumos de ti mismo”.

El juego de imágenes y máscaras de la obra potencia los disfraces que se pone el protagonista, sin siquiera ser consciente, para agradar al resto, siempre atendiendo a quienes se le acercan no solo para conseguir subsistir, sino para sentirse realizado. Pero ni el trabajo será lo que lo lleve a madurar ni su relación con las personas a través del mismo alcanzan la sinceridad plena. De hecho, uno de los pasajes de la novela narra que a Gaspar “nunca se le había ocurrido que uno pudiese cambiar su nombre porque con otro diferente fuese a proyectar una imagen distinta de sí mismo”. Esto, además, es algo que está muy presente en la vida cotidiana. “Tenemos una manera de movernos por el mundo, y más en el siglo XXI con las redes sociales, que es poniéndonos una máscara de nosotros mismos para resultar un poco funcionales”, explica el autor, que confiesa que hasta él se pone la “máscara de escritor engolado” para vender el libro que ha escrito.

Es interesante observar este punto siguiendo el recorrido de Gaspar, pues, aunque se le ve como una persona débil que siente la obligación de volverse más fuerte, el lector no siempre sabe si está contemplando su verdadera versión. En esta evolución del protagonista, la historia desmonta de forma paulatina las caretas de él y de quienes lo rodean. El narrador apunta que “eran unas máscaras que caían no por cuestión de ebriedad, sino de solidaridad”. La idea la subraya Guillermo Alonso: “Deberíamos intentar quitárnoslas, y a veces nos las quitamos. El amor, el alcohol, las drogas o el miedo nos desenmascaran, y ese es un proceso muy interesante”.

El autor pontevedrés sostiene que, “cuando vemos a la gente desenmascarada, no nos gusta nada lo que vemos”: “Es como cuando un amigo borracho se pone a llorar. Es un ejemplo de, 'yo no te quiero así, ponte otra vez tu máscara de adulto funcional y vámonos a tomar un café porque no quiero ver cómo lloras entre dos coches, que en realidad es tu verdadera naturaleza'”. Guillermo Alonso comenta que “las máscaras mantienen una especie de ilusión, de civismo, que nos conviene a todos”. Pero, en un mundo repleto de conflictos que cada vez es más desesperanzador, ¿acaso merece la pena seguir aparentando dignidad? Alonso supone que “es lo único que nos queda”.

“El problema con la dignidad es la imagen que tenemos de ella”, cuenta el periodista. “Si mostrarnos débiles, llorar o incluso resultar ridículos nos parece indigno, a lo mejor tenemos un problema”, reflexiona, aunque destaca que el mayor obstáculo de la dignidad es que “cada uno la entiende de una manera” y que perderla “siempre nos viene bien”. A ella nos aferramos en las redes sociales, donde aparentamos ser normales con cada fotografía publicada, una explicación a la que Alonso se aferra para justificar por qué son “tan aburridas”. “Es todo el rato un simulacro de normalidad tras otro, por eso triunfa cuando aparece alguien distinto o llamativo”, declara.

La tendencia a compartir en Internet cada cosa que nos ocurre es una consecuencia más del impulso a generar contenido constantemente, sentirnos productivos en un planeta en el que, o lo eres, o no hay evidencia de que existes. Esta es la principal fuerza protectora de Gaspar, un escudo que lo incita a basar su felicidad en ofrecer un buen servicio a los demás con cada trabajo que realiza. “Nunca pensaste en que éramos personas. Que no éramos robots, que éramos personas”, llega a decir su personaje en un momento de la novela. Guillermo Alonso señala que “cada vez hay más conciencia de que la vida no puede ser únicamente ir a trabajar, ir al supermercado, luego ir al gimnasio y después irse a dormir agotado”.

Este desapego hacia lo laboral es algo que el autor nota mucho generacionalmente: “Nuestros padres o nuestras madres tienen totalmente interiorizado que trabajar dignifica y te hace ser mejor persona, cuando en realidad todos sabemos que trabajar embrutece”. Es el caso de Gaspar, que encuentra reafirmación trabajando porque nadie le ha permitido hacer otra cosa. Puesto que se ha dedicado desde niño a un hotel regentado por su madre, tiene muy interiorizado que trabajar es lo único que le hace sentir útil. Y no solo el personaje de la obra, que está a punto de alcanzar la veintena, ya que el autor menciona todas esas cartas que los jóvenes envían a los periódicos quejándose de la precariedad. “Debería pasar algo al respecto”, sentencia.

La incertidumbre por el futuro es un tema que deambula por la atmósfera de la novela debido a la soledad que enfrenta el protagonista, que no solo pierde a su madre, sino también a todos aquellos que alguna vez han pertenecido a su círculo cercano. “No puedo perder también su fantasma. No puedo perderlo todo”, reza una de las citas de la obra. Alonso comenta que “no eres tu mejor amigo, porque a veces incluso eres tu peor enemigo, pero al final asumes que tienes que encontrarte a ti mismo”, y se centra, sobre todo, en la importancia de los 19 años de Gaspar. “Es una época en la que dices, 'o cojo las riendas, o nadie las va a coger por mí'”, indica.

Los fantasmas se pasean por la historia como un persistente recordatorio del pasado, de los que estuvieron y ya no están. “A medida que te vas haciendo mayor vas coleccionando bastantes fantasmas, y no solo de la gente que se ha muerto. También los fantasmas de amigos que ya no están o hasta de exparejas que de repente empiezan a formar parte de ti”, alega el autor y periodista. Este aclara que los fantasmas nunca llegan a desaparecer para siempre “por todo lo que has aprendido de ellos”: “Somos la suma de todas las personas que han pasado por nuestra vida, porque nos construyen y nos dejan como somos ahora”.

En su viaje a través de máscaras, intentos de preservar la dignidad, machaques de productividad y fantasmas, Guillermo Alonso lucha por obtener el efecto deseado. Es un reto que aparece en las etiquetas de infinidad de objetos de limpieza: “Frote hasta lograr el efecto deseado”. Sin embargo, pese a lo difícil que se torne alcanzar el resultado perfecto, el autor es optimista con que se puede conseguir, “y los protagonistas de esta novela lo alcanzan de varias maneras”. Pero constata que el consejo más útil es no esperar demasiado de nada: “La mejor expectativa que puedes tener es irte a la cama pronto y quedarte dormido, que es lo más bonito que hay”.