Apenas abro los ojos, escucho el silbato. No es el de un vecino ni el de un árbitro: es el mío. O mejor dicho, el del tipo que vive en mi cabeza y se cree mi entrenador. No tiene horario ni contrato, pero cobra caro: descanso, calma y autoestima. Me despierta con frases que no pedí:— ¡Arriba, flojo! ¡Hoy tampoco serás tu mejor versión! Tiene razón en algo: no hay peor tirano que la conciencia en pants.

Intenté ignorarlo, pero se volvió insistente. Sopla el silbato cuando desayuno pan, cuando no contesto correos, cuando respiro con sospechosa tranquilidad. Me vigila como si el mundo dependiera de mis flexiones morales. En su lógica, descansar es pecado, dudar es debilidad y bostezar, traición. No dirige un entrenamiento: preside un juicio.

EL GIMNASIO INVISIBLE

Mi entrenador interi

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