Los hijos y nietos de Catalina solo conservan una fotografía de ella: una imagen de su cráneo con una cruel e inequívoca señal del tiro en la mandíbula que acabó con su vida. La mujer tenía las paletas separadas, un rasgo que se llama diastema, medía 1,54 y usaba un 36 de zapato. Cuando la mataron, tenía 37 años, mucho genio y cuatro hijos.

La enterraron junto al sonajero del más pequeño de los cuatro , que apareció en la exhumación de sus restos, hace casi 15 años. Un objeto que habla de amor y de la ternura de una mujer fuerte y con convicciones claras. Catalina descansa ahora en su pueblo, Cevico de la Torre, donde la recuerda una de sus nietas, Martina, la hija del niño del sonajero, que nunca conoció a su madre.

"Al llevar a mi padre en brazos y estar en la calle, se metería el so

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