Una Francia lo celebra como un triunfo de la ley igual para todos, pero hay otra parte del país que lo considera la prueba definitiva de la politización de la justicia. Nadie quedó indiferente, ayer, al ver que Nicolas Sarkozy ingresaba en la prisión de la Santé, de París, para cumplir la condena de cinco años de cárcel que le fue impuesta el mes pasado por asociación de malhechores y por el intento de lograr financiación del dictador libio Muamar el Gadafi en la campaña electoral del 2007.

La noticia, aunque esperada, fue un auténtico shock nacional para un país tan orgulloso de sí mismo, un hecho triste e insólito en la V República, fundada en 1958 y quizás en sus estertores. Podría ser la metáfora perfecta del agotamiento de un régimen muy presidencialista en plena crisis política y de

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