Siempre se ha dicho que, para que la mente esté limpia y en orden, el espacio que habitamos debe estar recogido. Sin embargo, fruto de las prisas del día a día, es habitual que las cosas acaben desordenadas: la ropa descolocada, el polvo en los muebles, el tendedero en mitad del salón, ropa sucia en el suelo o la cama sin hacer. Hay quienes optan por recogerlo al volver a casa, mientras que otros van acumulando hasta que el desorden se vuelve casi inhabitable.
Quienes mantienen sus hogares ordenados siempre demuestran algo más que un simple sentido del orden. A menudo hay un patrón psicológico más profundo detrás, y un hogar ordenado tiene un efecto tranquilizador que va más allá de lo estético. Los estudios demuestran que la forma en que diseñamos y organizamos nuestros espacios vitale