Perpis/Shutterstock

Somos más de ocho millones de humanos en la Tierra. Más de ocho millones de personas que necesitan comer todos los días. Afortunadamente, hemos desarrollado diferentes avances científicos y técnicos que nos han permitido producir y distribuir alimentos por gran parte del mundo, pero el coste ambiental ha sido enorme: la agricultura y la ganadería generan abundantes emisiones de gases de efecto invernadero, consumen mucha agua y provocan pérdida de biodiversidad, contaminación y deforestación.

La huella que deja este modelo en el planeta es insostenible, pero hay un amplio margen para el cambio.

Menos desperdicio y fertilizantes más eficientes

Una forma de mejora consiste en reducir el desperdicio. Ahora mismo, tiramos a la basura un tercio de los alimentos producidos en todo el mundo, tanto por parte de la industria como en los hogares. Y con ellos, desperdiciamos los recursos empleados para generarlos. Para frenar esta tendencia es necesario actuar en todos los niveles de la cadena alimentaria, desde el usuario final hasta los agricultores y distribuidores.

Otras estrategias se centran en modificar las prácticas agrícolas, por ejemplo, con una fertilización más eficiente (el nitrógeno no utilizado por las plantas contamina el suelo, la atmósfera y el agua), reduciendo la necesidad de riego y cuidando la salud del suelo y la biodiversidad.

También en el caso de la ganadería, es posible reducir el consumo de agua y priorizar las prácticas de pastoreo frente al modelo industrial.

Mayor consumo de algas e insectos

Incluir más productos vegetales y marinos, y disminuir el consumo de aquellos de origen animal en nuestra dieta, contribuye a limitar las emisiones de gases de efecto invernadero del sistema alimentario.

Pero además, existen otras alternativas más allá de los alimentos tradicionales. Por ejemplo, las algas y las microalgas constituyen fuentes interesantes de nutrientes cuya obtención tiene un bajo impacto ambiental (no requieren tierra cultivable, fertilizantes ni agua dulce) y puede, de hecho, contribuir a mitigar el cambio climático y la acidificación de los océanos.

Los insectos suponen otra opción innovadora con una baja huella ecológica. Su cría requiere menos recursos, emite menos gases de efecto invernadero y genera menos desechos que las fuentes tradicionales de proteína animal. La industria en torno a este alimento está creciendo considerablemente, y en Europa ya se han aprobado cuatro especies para el consumo humano.

Solo cambiando el actual esquema de producción y consumo de alimentos podremos alcanzar los objetivos de reducción de emisiones y de conservación de la biodiversidad, y garantizar la seguridad alimentaria de una población en constante crecimiento.

The Conversation