No fue una falta de documentos. Fue una negativa seca, sin explicación, sin firma oficial, como si el gobierno de la India hubiera decidido —por razones que nadie le dijo— que él, el youtuber que lleva cámaras en la mochila y preguntas en la voz, no debía pisar suelo indio.

Ya tenía los boletos confirmados, el equipo listo, el itinerario dibujado con precisión de cronista. Su destino: Gummatapura , un pueblo en Karnataka donde, cada año, tras el Diwali , cientos de personas se lanzan estiércol de vaca como si fuera confeti sagrado. No era un acto de grotesco entretenimiento, como muchos lo interpretan. Era un rito de purificación, de agradecimiento, de conexión con lo que sostiene la vida: el ganado, considerado divino, y sus desechos, considerados bendición.

Él quería contar eso

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