Cuando lo sacó, el silencio se hizo más pesado que el peso del muñeco en sus brazos. No era un juguete. No era una curiosidad. Era una réplica tan fiel que hasta las venitas azuladas en los pies parecían respirar.

“Mira las manos”, dijo, y no era una broma. Era una observación. El dedo índice ligeramente curvado, la uña casi translúcida, la suavidad de la piel que no se parecía a ningún plástico que ella hubiera tocado antes. Su pareja, Edgar Bahena, filmaba sin decir nada. Solo dejaba que el momento se desplegara, como si ambos supieran que esto no era sobre un bebé, sino sobre algo más antiguo: la forma en que el dolor se disfraza de ternura.

En redes, la reacción fue inmediata: “¿Por qué no adopta?” , “Esto es patológico” , “¿Quién le regala esto a una mujer de 53 años?” . Pero

See Full Page