Son las que se tejen en silencio, entre miradas que no necesitan palabras, en gestos que se convierten en reliquias.

Una pulsera de cuero trenzado, sutil, casi invisible bajo la manga de una camisa, es todo lo que Miley Cyrus guarda de un momento que, según ella, cambió el rumbo de su camino. No es un obsequio por compromiso. No es un detalle de campaña. Es algo que lleva desde que dejó el escenario del Stade de France , tras la última nota de Cowboy Carter , y que nunca ha quitado —ni siquiera para dormir.

El regalo vino sin anuncio, sin foto, sin etiqueta. Solo una mano extendida, una sonrisa contenida y tres palabras: “Para que no te pierdas”. No hubo explicación larga. Tampoco fue necesario. En el mundo de las estrellas, donde las alianzas suelen ser efímeras, ese gesto

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