Por Juan Tellería

La derrota electoral del domingo 26 de octubre no fue una sorpresa: fue una consecuencia. Una consecuencia de una serie de situaciones cuya lectura, por parte del movimiento, viene siendo sesgada o negada.

Hace rato que el peronismo —ese que nació de interpretar el ser nacional, de entender al pueblo en su totalidad— dejó de hacerlo correctamente. Sumido en internas sin fin, en disputas por ver quién se queda con tal o cual cargo, el movimiento se fue alejando de su razón de ser: la gente.

Esa forma de hacer política se replicó como una mancha de aceite hacia abajo. En los territorios se forjó una burocracia militante más preocupada por defender su puesto de trabajo que por sostener un proyecto colectivo. La visita al barrio, la escucha, el acompañamiento y la resoluci

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